El ocaso de Abdalá


Tiene convulsa y dividida a la opinión pública. Una mitad lo condena sin piedad, la otra siente compasión. Esos son los sentimientos encontrados que genera. Sobre el exmandatario Abdalá Bucaram Ortiz pesan tres causas penales: presunta delincuencia organizada, tráfico de armas y de bienes patrimoniales, que lo mantienen con arresto domiciliario. Todos esos procesos se derivan de las investigaciones de la venta con sobreprecios de insumo médicos en hospitales de la seguridad social.

Las denuncias de corrupción no son nuevas en la vida de Abdalá Bucaram. De la alcaldía de Guayaquil salió glosado y de su corta estancia en Carondelet con el peculado de las mochilas escolares. Solo el autoexilio -en ambos casos- lo salvó de la cárcel.

Ni en la alcaldía y ni en la Presidencia alcanzó a terminar sus mandatos para los cuales fue elegido. La huida de Daniel Salcedo es una copia exacta de lo que hizo Bucaram en 1985 siendo burgomaestre, cuando tuvo que fugar por primera vez del país: de Guayaquil se fue a Bahía de Caráquez y de allí voló en avioneta a Panamá.

Esta vida azarosa lo ha acompañado en toda su carrera política. Su otra gran sombra es y sigue siendo su lengua viperina que en más de una ocasión lo ha traicionado. Poseedor de un potente discurso emotivo frente a las masas marginales y empobrecidas, las sedujo con su verbo populista y arrabalero. Le daba lo mismo compararse con Batman, Simón Bolívar o Jesucristo, o decir que a él lo sacaron de Carondelet no por cojudo sino por loco.

Una frase que se atribuye al exmandatario resume su camaleónico discurso político: "Yo no hablo para el cerebro de la gente sino para el corazón. La gente pobre tiene mucho sentimiento y resentimiento. Eso hay que alimentar".

Sus eslóganes de las campañas electorales encarnaban muy bien ese sentir, improntas como "La fuerza de los pobres" o "Un solo toque" provocaban histeria colectiva en sus mítines. Hoy ese encanto tarimero se apagó, se esfumó. Los pobres ya no lo siguen, ahora es la Fiscalía quien lo persigue por sus actos reñidos con la ley.

Hoy el ex jefe de Estado luce agotado, hace esfuerzos para mantener su histrionismo frente a los micrófonos y cámaras. A momentos flaquea, la voz se le va y las fuerzas -quizás mermadas por los años y su enfermedad cardíaca- ya no son las mismas. Su escudo para responder las denuncias de corrupción es la retórica cínica y chacharachera.

Bucaram está pagando por el pecado de sus hijos. Qué padre no hace hasta lo imposible por proteger a su familia. Las travesuras -por decirlo con eufemismo- de sus hijos han hecho posible lo que el exilio siempre evitó. Es hora de que sus vástagos den la cara y enfrenten a la justicia y le eviten la cárcel a su padre. Dice que correrá para la Presidencia de la República en los próximos comicios. Confinado no solo por la pandemia y la justicia, ya no podrá subirse a una tarima ni podrá cantar junto a sus amigos y músicos preferidos: Los Iracundos. Su canción insigne "El rock de la cárcel", resultó ser una premonición. (II)

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