Vergüenza de asambleístas


No es la lista de Schindler, no. Es de la afrenta pública. El pueblo, en un acto de soberanía y confianza pública, depositó su voto y los eligió sus representantes en la Casa Legislativa -máxima expresión de la voluntad popular- para que legislen y fiscalicen. Fueron, se sentaron y desviaron su camino.

Abusaron de la fe de todo un pueblo. Asambleístas sin escrúpulos se han aprovechado de su posición de poder e influencia para beneficio propio. Esto es deleznable y merecen todo el peso de la ley sobre ellos y el castigo por la sola razón de la justicia.

Es frecuente escuchar sus discursos grandilocuentes pronunciados desde las curules. Frente a las cámaras adoptaban poses de grandes señores, y se dan tiempo para dar clase de política y moral. Decían combatir la corrupción y han sido parte de ella. ¡Farsantes!

No son todos los asambleístas, en eso estamos de acuerdo. Hay quienes destacan por su acrisolada talla moral. Pero los innombrables son muchos: unos están huyendo; otros son investigados por la Fiscalía por diezmos; la Contraloría tiene a varios bajo sospecha por un posible incremento de patrimonio injustificado o están a la espera de alguna audiencia en la Corte Nacional de Justicia. Un exasambleísta se encuentra en la cárcel, hoy devenido en testigo protegido. Y si esto no fuera poco, están aquellos legisladores que con carné para discapacitados importaron carros exentos de tributos.

Qué noble hubiera sido dedicar este artículo a resaltar las virtudes de los legisladores. Lejos de aquello hacen noticia no por las leyes aprobadas sino por los llamados de la Fiscalía para que declaren por casos de corrupción. Imposible pedir que fiscalicen cuando ellos mismos son los investigados.

Solo así se entiende la falta de fiscalización para aquellos asambleístas sentenciados, investigados, presos o prófugos.

Pedir una purga en la Legislatura es una quimera. Esperar casi un año para que se vayan es mucho tiempo. Solo nos queda la acción ejemplar de la Fiscalía para que depure la Asamblea Nacional de los malos elementos. Al final, el mismo pueblo que los eligió los va a repudiar.

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